CÓMO HA AFECTADO EL COVID-19 A LAS FAMILIAS CON UN ENFERMO DE ALZHEIMER

En general, el COVID-19 ha llegado a nuestras vidas como un Tsunami, está afectando en todos los ámbitos: la salud, la economía, las relaciones sociales, el ocio, nuestro estado de ánimo, etc. Y luego, están por ver las consecuencias y los restos que dejará a su paso en los próximos años.

En las presentes líneas me voy a parar a reflexionar, en particular, en cómo está afectando a las familias con un enfermo de Alzheimer.

Hace unos meses, aunque parece que fue hace mucho más tiempo, de las primeras medidas que se tomaron para proteger del virus a las personas mayores, como población de riesgo que es, fue cerrar los centros de mayores de los barrios. Son lugares donde van a relacionarse entre iguales, a comer o a realizar actividades de ocio. Hoy en día siguen cerrados. Y al menos, con el tema de la comida se está intentando suplir con alternativas como empresas que llevan comida a domicilio o con comida que les están llevando o haciendo sus familiares.

Siguieron los cierres de los Centros de Día de Mayores por los brotes, que ponían en riesgo su propia vida, que empezaron a haber en esta población especialmente vulnerable y dependiente. El precio que han pagado personas, como los enfermos de Alzheimer, fue dejar de tener su estimulación cognitiva, física, social y emocional, lo cual ha supuesto un empeoramiento significativo con el avance de su enfermedad y su calidad de vida. En la actualidad se ha reiniciado esta actividad, pero con muchas medidas de seguridad, como el uso de las mascarillas, distanciamiento social o dejar de usar cierto material terapéutico, que disminuye la efectividad de los tratamientos y la calidez de las relaciones sociales.

En las Residencias, aunque no han llegado a cerrar por ser el hogar de muchas personas dependientes, esta pandemia ha supuesto que enfermasen muchos usuarios y trabajadores, llegando a suponer la muerte para mucha gente. Por el camino, entre muchas medidas que se están tomando, destaca especialmente, lo doloroso para ambas partes, que supone que los residentes no puedan recibir o limitar mucho las visitas de sus familiares, y las angustia de éstos de no poder ir a verles y tener muy poca información de cómo se encontraban viendo en los telediarios las terroríficas cifras de contagios y muertes que se estaban dando en las residencias. Todo ello con un esfuerzo sobrehumano de los profesionales de estos centros con muy pocos medios, las plantillas mermadas y escaso apoyo sanitario, y sabiendo que las vidas y el cuidado de los residentes era exclusivamente de ellos.

Han sido muy duros los duelos postergados y en la distancia, que han tenido que llevarse a cabo en muchas familias. Sin un último adiós, y sin el necesario calor de los familiares y amigos que se quedan, en muchos casos dejando bastantes heridas abiertas o mal cerradas. En muchos casos, también han sido muy angustiosos los últimos días de algunas personas ingresadas en hospitales, que todos sabíamos que estaban masificados con sanitarios agotados, con familiares las 24 horas pendientes de esa llamada en la que les contasen que tal su familiar y temiendo la peor de las noticias.

El confinamiento ha hecho estragos en algunas personas con deterioro cognitivo, demencia y problemas de comportamiento. También ha sido muy duro para esos familiares que les cuidaban conviviendo con ellos, en muchas ocasionas sin saber qué hacer para entretenerles o tranquilizarles. Y sin saber cómo hacerles entender cosas como el motivo por el que no podían salir a la calle, el porqué todo el mundo debe llevar mascarilla o porqué no pueden ver, abrazar y besar a sus hijos y/o nietos.

El uso de las mascarillas, aparte de la incomodidad que supone para todos, para respirar o para oírnos, e incluso lo que puede llegar a agobiar a algunas personas… está siendo una interferencia para los enfermos en su relación con su entorno social: el reconocimiento de las caras de la gente, cuando de por sí ya de base es una de las consecuencias de padecer esta enfermedad, o la interacción de emociones entre 2 personas cuando se intercambian una sonrisa. La mascarilla es un mal necesario, un amor-odio de algo que a la vez nos protege y quita muchas cosas.

Cuando esto termine puede que hayamos perdido momentos y cosas  importantes, e incluso a varias personas, más o menos cercanas. Pero lo que sí nos habrá mostrado esta situación es la oportunidad de valorar las cosas realmente necesarias, las que nos hacen felices y lo importantes que son las personas que están a nuestro alrededor. 

Estando todavía en un momento en el que esta situación no se ha acabado, hay que poner en valor lo más importante a lo que debemos agarrarnos para poder seguir adelante: la ESPERANZA. Visualizar el día en el que volvamos a podernos juntar, tocar, abrazar y otras tantas cosas que echamos de menos. Todo ello para luchar en esos momentos en los que nos sentimos agotados o desanimados.

Carlos Fañanás Gázquez

Psicólogo Sanitario de AFAMSO

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