LLORAR SIN ABRAZAR

LLORAR SIN ABRAZAR

Todos Los Santos, Conmemore Muertos

Llevamos unos meses, que se nos han hecho demasiado largos, en los que nada ha sido normal. 

Todo se nos ha dado la vuelta, y ahora con la distancia social, las mascarillas, la extra higiene de manos, la desconfianza de todos… son muchos los aspectos y situaciones que han cambiado en nuestro día a día.

Pero lo peor, y más dramático, que nos ha dejado esta pandemia ha sido el no poder acompañar y despedir como hubiésemos deseado en el fallecimiento, de forma inesperada y antes de tiempo, de nuestros  seres queridos. 

Desde tiempos muy antiguos, nosotros y nuestros ancestros, de diferentes culturas, razas y religiones hemos despedido a las personas que queremos en su último momento, hemos acompañado en el último respiro y hemos llorado juntos…muy juntos.

La pandemia por covid-19 no nos ha dejado hacerlo; ello ha generado, en muchas personas que vivan un duelo más dañino, más irreal, más difícil.

La muerte de un ser querido, en sí misma, es una experiencia emocional impactante y muy potente, por lo que todos los pensamientos, sentimientos y actitudes son posibles. De la irritabilidad a la culpa, del miedo a la angustia, del enfado al resentimiento, de la desesperación al desapego, del lloro continuo a la total apatía y desgana.

Esta experiencia se agrava cuando, por los tiempos en los que estamos viviendo, no podemos estar junto a nuestro ser querido en sus últimos momentos, no hemos podido asistir a su entierro, no hemos podido abrazar a quieres también le querían… generando ese llamado “duelo ambiguo” o “duelo sin abrazos”. 

El duelo no es una enfermedad, es un proceso vital natural ante la perdida, que en estos momentos es muy importante desarrollarlo de una forma adaptativa y saludable. Para ello es importante entender el significado y posibles reacciones, para intentar suavizar el impacto y minimizar problemáticas futuras.

ENTENDER: REACCIONES ANTE UNA PÉRDIDA.

Son “fases” por las que podemos pasar de forma progresiva; pero no todos igual, ni en forma ni en tiempo.

• Aturdimiento y choque.

Es una de las primeras reacciones al conocer la noticia del fallecimiento de nuestro ser querido. Es un impacto emocional directo causado por la noticia del que se generará múltiples respuestas fisiológicas (taquicardia, mareo, temblores, sudoración…) y emocionales (desesperación, frustración, tristeza, culpa, miedo, sensación de irrealidad…).

Todo este maremágnum nos puede llevar desde un “embotamiento emocional”, con incapacidad de sentir y de llorar, hasta una “explosión emocional” con llantos, gritos e hiperactividad descontrolada.

Es normal una oscilación entre la expresión y la inexpresión, entre la palabra y el silencio. Hay una gran variedad de respuestas y todas ellas son normales.

• Evitación y negación.

Tras ello, y tomando conciencia de la pérdida, es cuando comenzamos a sentir la realidad de la misma; desarrollando respuestas de afrontamiento para protegernos de una realidad que nos duele.

Ante el dolor, negamos, escondemos emociones, nos inhibimos; poniendo barreras para evitar el dolor.

• Resistencia a la realidad.

Es el no querer aceptar el hecho; pero vamos hacia esa realidad. Por ello puede aparecer la tristeza profunda, la ansiedad generalizada, la irritabilidad hacia todo, la culpa hacia uno mismo o los demás, el alivio de saber cuál es la realidad a la que hemos de enfrentarnos.  

Los pensamientos, emociones y reacciones, pueden ser muchas, y muy variadas, dependiendo de la persona, la situación, el momento temporal…

• Aceptación, conexión e integración.

Así, progresivamente vamos aceptando la realidad de la pérdida y el dolor de la misma. 

Van apareciendo la expresión de emociones con los demás, los rituales, el recuerdo consciente de lo vivido con la persona querida…

Sentimos la pérdida a través de la conexión con nosotros mismos, con los demás y con el recuerdo de la persona querida.

• Crecimiento y transformación.

Poco a poco, y tras el paso por los anteriores procesos de afrontamiento señalados, comenzamos a reorganizar nuestro mundo interior, en referencia con nosotros mismos, con la persona fallecida, con nuestros seres queridos.

Nos vamos adaptando a un mundo donde la persona querida está ausente. Recolocando valores, prioridades, roles sociales y familiares, habilidades…

… Y así se puede ir llegando a un duelo adaptativo. Recolocando emocionalmente al fallecido y aprendiendo a vivir sin él, pero sin olvidarlo; recordándolo de forma positiva aunque con la tristeza que es inevitable.

AFRONTAR: VIVIR EL DUELO EN TIEMPOS DE CORONAVIRUS

La situación que nos ha tocado vivir es excepcional; nunca en la historia, toda la humanidad se ha enfrentado de forma tan directa a la incertidumbre, lejanía social, confinamiento, angustia, miedo…

El sufrir la muerte de un familiar en este momento es especialmente doloroso, traumático y complicado. Todas las emociones se intensifican, las reacciones pueden ser explosivas y el proceso de duelo estancarse en alguna de  las etapas. Desde la negación del hecho por irrealidad, al estado de shock continuo por no cercanía y apoyo social, o al no aceptación/integración por no poder cumplir con los rituales propios de la despedida.

Si eso ocurriese se generaría un duelo ambiguo, con una negación de la muerte, y esperanza de retorno, a la vez que, de alguna manera, se sabe que la persona no va a volver. En nuestro interior no lo dejamos ir.

¿Cómo afrontar esta situación?

Lo primero de todo, es bueno hablar de la pérdida. Intentar identificar sentimientos, pensamientos, emociones (tristeza, ira, culpa, resentimiento, frustración, rabia, etc.). No hay que evitar expresarlas ante otras personas, es importante sacarlas de nosotros, apoyarnos en los demás y dejarnos acompañar…aunque sea en lejanía.

Saber que el duelo es un proceso, pero no lineal; no todos, no siempre se cumplen los pasos; ni en forma, ni en modo, ni en tiempo. No pasa nada; todo es normal.

Evitar compararnos con lo que sienten/reacciones los demás. Es un proceso único, en el que todo es válido.

Intentar seguir pequeñas rutinas que nos aportan algo de estabilidad en nuestro día a día; incluyendo rutinas gratificantes (lectura, aseo, actividad física…).

Si creemos que necesitamos ayuda, la que sea, pidámosla. 

Tomar decisiones, pequeñas y dentro de la cotidianeidad; en este primer momento las decisiones más importantes pueden postergarse y/o delegarse. 

Mantener contacto, el que se pueda, con amigos, familiares y demás seres queridos. Aunque en algunos momentos necesitemos la soledad, no aislarnos. Utilizar para ello todos los recursos tecnológicos a nuestra disposición si hiciera falta. Y hacerlo de forma continua, no solo los primeros días.

Dentro de las posibilidades que tengamos, hagamos un pequeño ritual de despedida  y de recuerdo de la persona fallecida. Aportando anécdotas, fotos, objetos, recuerdos, canciones… Despidámonos, aunque sea de forma intima.

Darnos permiso para seguir viviendo, sin sentirnos culpables, responsables, irritados…Aprender a vivir, poco a poco, sin nuestro ser querido. Aceptar que ya no está, pero saber que siempre le recordaremos, y seguiremos queriendo.

Y por último, cuando se pueda/quiera o la alerta sanitaría lo permita, sería muy recomendable realizar actos formales de despedida rodeados de amigos, familia y seres queridos, para no dejar que la tristeza y el sufrimiento se instaure en el interior de forma dañina y patológica.

A todos un cálido abrazo, y los que ya no están con nosotros DEP.

Silvia Corbacho Culebras

Psicóloga de AFAMSO

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